Una de tantas noches, en este lugar de paredes blancas y gente vestida de quirófano, 
bajo la luz de la única ventana que deja introducirse a la intrépida luna, 
viendo tus cejas pobladas hoy blancas, que parecen danzar al ritmo de tu respirar; 
boca rozada del esfuerzo de hablar; 
tus ojos enormes negros que casi ya no ven; 
tu corazón que baja su ritmo 
luchando contra el mal; 
unos órganos que se olvidaron de filtrar; 
una vida, tu vida, que se va tratando de alcanzar al creador infinito. 
Lastimosas lágrimas de un ojo lacerado por la luz, que dejan surcos sobre tu piel,
las que se evaporan al llegar a la plata de tus cabellos…
Te estás consumiendo y quedando sin fuerzas, 
te están confundiendo tus recuerdos; te están martirizando tus estados de ánimo; 
te está matando la lejanía de casa…
 ¿ De qué manera iniciar el proceso de despedida 
si el miedo me está minando?
¿Cómo debe ser mi agradecimiento por mi propia vida?
¿Cómo aceptar que estás haciendo maletas y que tu cerebro ni consiente está de ello?
¡Se me están acabando los milagros y no puedo convencerte de retroceder!  
Hiciste en tu vida lo que fue para ti conveniente, 
hoy ya no quedan más reproches que hacer; 
he sido lo que tú formaste, 
bajo tus reglas y principios…
Hoy sólo puedo externar dos palabras: Gracias y Perdón. 
Gracias por todo el tiempo que me has cuidado sin habértelo rogado; 
gracias porque me has permitido decidir libremente entre el bien y el mal; 
gracias y perdón, 
porque aún sabiendo el camino adecuado gracias a ti, 
he tomado el propio siempre contigo junto a mi. 
Las he dicho ya, gracias por ser mi padre, 
perdón por ser como soy.

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