lunes, 12 de septiembre de 2011

continuación: El Ángel de cada una..

Ayer me encontré con una vieja amiga. Teníamos varios años de no vernos, no obstante que cada una sigue viviendo en la cabecera municipal. Bebiendo un café nos la pasamos toda la tarde recordando viejos momentos que yo casi había olvidado.


Siempre tuvo una mirada muy tierna, Sandra es una mujer, hoy, de casi 35 años, tiene dos hijos hermosos que transitan por la pubertad. Y como antes, la entendí aunque algunas veces callaba.

Hablamos y fue muy grato sentir su abrazo, aunque muchas de sus palabras ya las conocía desde que éramos amigas. Ese encuentro casual se vio acompañado del adiós definitivo, porque ahora ella tenía otros senderos que había emprendido con su familia. Ella estaba viviendo un mundo de mucha soledad impuesta por su marido. Se despidió diciéndome “ ayer estuve con él…”

Sandra y yo nos separamos en aquellos tiempos porque me vi involucrada en un patrón de desconfianza; ella estuvo enamorada de Ángel, y yo lo sabía.

Ángel siempre creyó, así lo entendí, que Sandra era una amiga en la que podía confiar y apoyarse cada vez que la necesitara. Compartieron muchos momentos juntos, incluso cursaron los dos, al mismo tiempo, la universidad. No conozco los motivos por los que rompieron su amistad o sí de verdad la rompieron.

Pero, esa tarde las palabras que pronunció al despedirse de mí, rebotaron en mi corazón y taladraron mis oídos, cuando agregó “pude borrar sus besos y sus caricias, con un nuevo beso suyo y un abrazo”

Ayer estuvo con él recordando un pasado, recordando su amor.

Derramé lágrimas porque mis anhelos se vieron ofuscados, fueron emociones encontradas y mucha sensibilidad contenida. Llegó a mí, en ese momento un mágico vuelo a mi vida por ese reencuentro que me confirmaba lo que ella sintió y sigue sintiendo por Ángel.

Dejé sólo que sus palabras, emitidas pese a todo con dulzura, me arrullaran en la distancia del tiempo, lo que podía hacer por ella y por mí es que pusiéramos punto final a nuestro dolor, al propio dolor que guardábamos cada una. No obstante, no pude lograr que mis sentidos recorrieran los momentos en que mis manos tocaron el cuerpo de Ángel antes, sólo pude conseguir un beso eterno de despedida de Sandra. Pero dejó grabado un sentimiento puro e incontenible de tristeza en mi mente. Intenté olvidar ese sufrimiento en su abrazo, pero convirtió la historia en una tarde gris de hastío.

Estúpida! Ese es calificativo que me repito todos los días que termina la llamada nocturna. Estúpido es mi comportamiento y las ilusiones que me hace crear con cada charla. Estúpida mi forma de soñar que despierta en mi cama cada mañana. Estúpida mi manera de enviarle fotos al celular de la ropa de cama que vestiré durante la noche para dormir. Estúpida la forma en que me creo todo lo que hablamos. De cualquier manera le platiqué de mi encuentro con Sandra, otro fantasma.

No pude escuchar más que silencio.

A pesar de todo el tiempo pasado, no puedo dejar de sentirme como una estúpida por cometer el mismo error de manera cíclica, todas las noches, cada vez que suena el teléfono o que marco ese mismo número.

Me siento, en ocasiones, como una niña ingenua o inexperta, que no es capaz de encontrar una solución a este amor que tengo que ignorar y sepultar; pero me resisto a ello, no puedo concebir que no pueda estar junto a él. Siempre he creído en que Ángel es la persona con la que quisiera pasar el resto de mi vida, el que logra hacerme reír, el que comparte opiniones y gustos conmigo, el que me acepta con las huellas del tránsito de los años que se quedan en mi cuerpo… en definitiva ese hombre es lo único que necesito para ser feliz.

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