miércoles, 7 de septiembre de 2011

continuación: El Ángel de cada una..

A veces es saludable hacerse los locos, sobre todo cuando una pareja discute, como si la reciente conversación hubiera quedado olvidada, de todos modos la noche lluviosa nos tenía atrapados.

La conversación sigue, muy amena, como si nada hubiera sucedido antes. El tema, inevitable, tenía que volver a flotar en el ambiente.

Intenté olvidarlo todos estos años, pero…

Ángel, indudablemente, consiguió olvidarme; nos habíamos conocido años atrás y segura estaba que había tomado la decisión de volver abrirse al amor. Ninguno de los dos teníamos planeado volver a vernos, menos aún el restablecer aquella relación… pero no contábamos con que el destino nos juntaría. Yo, al menos yo, descubrí ese mismo día que no pude ni podría olvidarlo. Ángel sabía, aunque sin haberlo escuchado de mis labios, que ningún hombre me había hecho sentir todo lo que sentí cuando estuvimos juntos. Nuestros caminos estaban al punto de cruzarse nuevamente, el reencuentro nos estaba esperando… y, desde luego, mi corazón estaba a punto de volver a latir.

Vi el reloj, eran las siete de la noche, volví a mi escritorio, estaba sola en la oficina… me vi sola, me sentí muy sola.

Sentí la inquietud de llamarlo, quizá él pueda dejar un poco sus cuadernos y acompañarme a casa.

Me levanté acercándome a la ventana, me puse a mirar la magnífica noche y muchos recuerdos se me vinieron a la mente. Sí, definitivamente, tenía que llamarlo hacerlo parte de esa noche.

Toda yo había cambiado, desde la forma de respirar hasta la forma de vestir… sí él aceptaba me vería como nunca, mi aspecto exterior era distinto, el vestido largo que portaba hasta los tobillos quizá podría incomodarlo, pero tenía que arriesgarme. Finalmente aceptó la invitación y llegó a acompañarme en la oficina. Esta vez fue diferente el encuentro… simplemente se dejó llevar, no tengo idea sí él lo había pensado así, sí me había extrañado… sí él deseaba estar conmigo.

Escuchamos música, vimos un par de videos en la computadora. Él estaba ahí, en vivo, como no sucedía desde hace muchos años atrás… Aceptó entonces mi mano, lo hice levantarse de la silla con sólo mirarlo, no me soltó y me acompañó al rincón de la oficina a donde se puede apagar la luz. No podía más, tenía que besarlo, pero no como besas a un conocido en público, tenía que besarlo desde mi intimidad… así me lo pedía el corazón.

Se dejó conducir simplemente, ni siquiera tuve que apagar la luz, ésta se encontraba apagada, un beso fue el que desbordó la pasión contenida por tantos años.

Lo acaricié y él también lo hizo con mayor soltura, con roces ahora aprendidos… de pronto estábamos juntos, haciendo el amor sin temer a las consecuencias. Esta vez la pasión dominó a los recuerdos, los recuerdos se habían convertido en experiencias vividas de una forma magnífica.

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