Al volver a la casa, mojados de la laguna, había que ducharse… no hubo cordura, sólo un gran espacio en el momento, fuimos capaces de detener el tiempo con el cuerpo… detuvimos el aliento para envolvernos en el silencio del beso. 
Nos vestimos sólo con caricias, las que detenía el pudor, bajo la suave frialdad de la ducha.
Nuestro deseo relajaba el impacto de la primera vez. Hicimos juntos el mundo, un mundo que compartimos más allá del sexo, con dos corazones libres que marcan el lugar de libertad hacia dónde vamos.
Una cascada, una fría ducha, una tarde por siempre grabados en la memoria.
Él tendía su mano mientras me observaba, tal como fui y como nunca más volveré a ser; ese ser que dejaba la niñez y se transformaba en una realidad eterna.
- Ángel, trenza tus dedos con los míos, anda, no dejes de mirarme con esos ojos tan brillantes. 
- Nunca… mira, siente como se eriza mi piel con sólo verme.
Fue el comienzo de la aceptación de los sentidos, de la poesía perdida entre besos y caricias. 
Desde luego mis labios encontraron lo que buscaban, su boca tibia. Nuestras manos se habían separado ya, pero revoloteaban sobre los cuerpos desnudos, inseguras, inexpertas recorrían aquello desconocido pero evitándolo al mismo tiempo. 
La contradicción era seguir o extender el momento eternamente. Nuestros cuerpos se rozaban como invitando a seguir. Despidió mis labios, pero los reemplazó con sus dedos, marcando su espacio sólo con las yemas. Un labio, luego otro recorriendo la mejilla, abandonándose en la comisura de los míos hasta la oreja. Enseñándonos uno al otro el alma y la profundidad de nuestros sueños. El deseo recién despertado es el impulso para abandonar toda nuestra seguridad y acariciarlo con la punta de la lengua, mil besos más. 
Dos cuerpos juntos extendiéndonos con un sofocante calor junto con sensaciones nunca antes vividas…
- Te necesito, no sólo ahora sino por siempre.
- ¿Me quieres ahora dentro tuyo?
- Si, te deseo.
Me ha tapado la boca con un dedo, evitando surgir más palabras, pero los ojos reflejan lo que desean. 
- ¿Acaso soy tan vulnerable que al sentirme entre tus manos una princesa he cedido mi primera vez? 
No respondió el cuestionamiento, sólo volvió a sonreír, tomó mis manos y las colocó entre aquellas montañas, las que retiré casi de forma inmediata, rápido; volvieron a aparecer con mucha delicadeza sobre sus hombros.
Ahora con mayor lentitud recorrieron aquellos lugares que muestran lo que hoy sé es placer; mis manos pasaron por su espalda, su tórax… descendieron hasta que, por fin, decidieron volver. 
Silencio... mucha quietud... a lo lejos se escuchan sólo suspiros que cambian para ser sólo respiración, aunque entrecortada por el momento. Mis labios se posaron en otro lado, en su pecho, como tratando de prolongar el momento esta vez más despacio. 
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