- Buenas noches, puedo hablar con Ángel… saludé y pregunté por teléfono mientras me estaban matando los nervios, quizá recibiría un no como respuesta.
- Sí, soy yo, quién habla. -No podía creer que era Ángel el que había descolgado el teléfono y tomó mi llamada, pero aún existía la duda de que se tratara de la misma persona que había empezado a robarme el sueño.
- Hola! Soy la “perdida” del otro día. Me recuerdas?
- Si, te recuerdo. 
- Bueno, pues… Nos podemos ver?
- Si, dónde nos vemos?
- ¡En mis taxis!
- Voy para allá.
No podía creer la manera en que había poco a poco llegado hasta mi elementos suficientes para poder, primero saber quién es él y, segundo conocerlo de primera mano. Es aquí donde inicia mi historia, la historia que hoy tienes en tus manos Ángel.
Desde esa mis noches cambiaron, cada encuentro se volvió más intenso. Todas las noches recibía serenatas de auto frente al trabajo. Fueron mis primeros besos de la mujer que Ángel estaba logrando despertar. 
Yo sabía de la existencia de esa sombra que tenía la imagen de Ángel tras suyo. Alejandra fue la primera manifestación por la que él había decidido separarse de su instrucción en el seminario. Sus padres estaban de acuerdo en que él continuara allá, estudiando. Ella ya no tenía presencia en su vida, pero seguía siendo un recuerdo para él y de alguna manera yo se la recordaba.
Esa sombra no obstaculizó el que iniciáramos este amor. Fueron muchos meses, no sé cuantos que nos la pasamos juntos yendo y viniendo, hasta que acordamos ayudar a Fernando y Carmen, Plácido y Marisela, para conocerse.
- ¿Dónde nos vemos? Están listas Mary Carmen y Marisela.
- Frente al palacio, a las ocho.
La cita a la hora, se estaba cumpliendo tal cual había sido acordada, salvo que Plácido por razones que aún desconozco no llegó. Marisela en automático se despidió del grupo; habíamos planeado un lindo día en casa de Fer, fuera de los ojos acusadores de la gente del pueblo.
Era sábado. Los tenues rayos del sol apenas dejaban hacerse sentir. El azul del cielo muy alto. En ese instante las calles desiertas. Fernando manejaba muy despacio, como analizándolo todo, como tratando de imaginar lo que sucedería durante el día. 
Al llegar, en la casa sonaba el silencio hasta que la puerta principal fue abierta, las ventanas también. Respiraba en paz, muy hondamente. Al atravesar la puerta los ojos podían captar la esquina más lejana, el lado norte de la casa que se proyectaba como un gran plano sobre la colina que parecía suspendida sobre el arroyo. A la derecha de la entrada el área del comedor y una gran chimenea. Es parte de un club, cuyo principal encanto es la cascada majestuosa y su frondosa vegetación. Al fondo de una ladera que sortea la caída del agua del pequeño arroyo. El universo se reducía al patio de la casa.
No me costó mucho tomar la decisión de recibir el vaso con jugo “preparado” que Ángel ofreció. Fueron uno, dos, tres… quién pudo haberlos contado. Estábamos de acuerdo, lo confirmaban las miradas que cruzamos. Caminamos; escondida entre la vegetación de ese fraccionamiento, se encuentra una hermosa laguna. Algunas personas aseguran que sus aguas son de color esmeralda, yo, me atrevo a decir que su magnífico color lo adoptó cuando alojó en su tranquilidad esa historia de amor. Esa que hizo que reconociéramos la diferencia entre el amor y la dicha. Jugueteamos en grupo. Habíamos conocido ya la cascada.
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