lunes, 3 de octubre de 2011

Continuación...

Empezaba, desde luego, una relación intensa.


Poco a poco la tina se fue llenando, de pronto sonó el teléfono. Diana se metió en la bata y caminó hasta este. Antes de responder cesó de sonar. Afuera se escuchaba la lluvia que golpeaba sobre la calle, se introdujo en la tina. Cerraba sus ojos imaginando que todo lo recién vivido había sido sólo un mal sueño, en la lejanía percibía como un susurro la voz de Rafael, ese hombre que le quitaba el sueño. El, que vivía en su presente y que se estaba convirtiendo en el protagonista de sus noches y días de pasión.

Rafael no dejaba de hablar, ella no quería abrir los ojos, no quería dejar de imaginar, no podía dejar escapar ese momento. Finalmente cerró la puerta del baño. No hay nadie más, sólo ellos y su deseo.

El agua está caliente, prácticamente hierve, la tina blanca y Diana dentro. Un sutil olor a vainilla brota del agua, inundando con su acogedor aroma toda la habitación. Aroma tibio, de ternura, de mucho amor.

Metió un pie, luego el otro, poco a poco se fue introduciendo hasta que todo su cuerpo fue cubierto por el agua caliente. Rafael se acostó dentro de la tina, poco a poco fue acoplándose a la temperatura, a la antesala de la relajación. La habitación está cubierta por vapor y mucho silencio.

Dos o tres segundos quizá bastaron para hacer conscientes a los dos cuerpos sumergidos en el agua de su cercanía, Rafael frota la espuma sobre el cuerpo de Diana, muy lento, sin prisas. Diana sostiene sus párpados cerrados, pero siente el frotamiento contra su cuerpo, sus pezones la delatan erguidos sobresaliendo del agua.

Sus mejillas poco a poco suben de color, están ardiendo. Ella ahora acepta la situación, tal cual sus senos la aceptaron. Siente como el agua dibuja sus formas, redondea sus muslos, el cuello, los hombros. Deja que no sólo el agua la abrace, ahora es consciente de que Rafael también lo hace entre espuma y vainilla.

Un camino de besos pausados recorre la columna vertebral de Diana, mientras Rafael la lleva a la luz del amanecer dorado, juntos. Las velas en el suelo se pierden del tiempo, del tiempo que ellos se besan.

Caricias dulces, llenas de ternura y sabor a pasión, susurros al oído, miradas directo a los ojos. Le transmite paz y confianza. Diana ya no siente miedo por los golpes que ha recibido, pero rompe en llanto. No cree aún que la vida para ella está cambiando, que le espera a partir de ese momento una gran época, la mejor de sí.

Rafael la había llevado a ese lugar para tocarla y protegerla. Le había prometido de forma implícita no tocarla hasta que ella se sintiera segura. Se había visto en otras ocasiones y ambos deseaban verse en otro plano, al menos uno de ellos, estaba enamorado ya.

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