Quizá algunos milímetros habrán faltado al levantar mi rostro y aterrorizarlo con un mordisco en su barbilla, para hacer el momento repentinamente profundo. Su espalda arqueada para seguir mostrando una versión mucho más deseosa de su ser, un gemido sale impulsado de sus labios acompañado de una enorme sonrisa que exigía aquella penetración, arrastrando mi cuerpo fiel a sus deseos, fiel a los sentimientos.
- Sí, lléname, le digo casi sin hablar.
- Quizá nunca más podamos estar así, juntos. 
Ese era el augurio. 
Aun así, se colocó entre mis piernas mientras me sentó sobre ese frío cuerpo extraño; Ángel permaneció de pie, sus manos podían pasear libremente por mi pecho… desnudos llegando a nosotros aquel signo extraño de la madurez, marcando un asiento en nuestras vidas. Me dejó sentada, mientras el agua corría entre los dos, fría, que cubría aquel espacio que nos acercaba a la eternidad. Esos sentimientos aparecieron e inundaron nuestras venas. Él se iluminaba y yo no podía dejar de observarlo, miradas mezcladas con pureza e inocencia pero llenas del deseo que reflejaba mi entrepierna. Su boca me acarició una y mil veces más, se pegó a mi cuerpo, descendió.
Esa tarde me descubrí desnuda, por primera vez, y haciendo el amor con un hombre… con el hombre de mi vida.
Mientras lo miraba recargó ligeramente su cabeza en la caída de la ducha, sonreí, entonces aquellos dedos quitaron la nieve que cubrió el volcán, lo dejó al descubierto, tal cual es, en todo su esplendor, como nunca fue hasta que apareció Ángel para cambiarlo.
Un par de toallas cubrieron los cuerpos que se habían amado. Minutos convertidos en una magnífica eternidad. Había que reintegrarse al grupo en la casa y volver cada uno a casa. 
No tengo muy claro cuánto tiempo fue el que pasó, tampoco si esa relación tuvo momentos tristes, sólo puedo recordar lo maravillosamente feliz que fui a su lado.
Muchas circunstancias nos separaban y terminaron haciéndolo. Nuestra inexperiencia, la inmadurez, y, quizá, el no saber aún luchar por un amor, por ese amor que llegamos a experimentar. Me confundieron mil comentarios, tensiones, pero, sobre todo ese sufrimiento que podía leer en su rostro. Muy poco tiempo después, con mucho amor descubrí que llevaba una ilusión tremenda dentro de mí, estaba embarazada. Pero él no estaba entero conmigo; sabía que también me amaba, sabía que sufría porque su familia, incluso él mismo, no me aceptaban. 
Fue el momento, tenía que decidir entre su tristeza y la mía, entre la vida que gestaba en mi vientre y el desprecio de los suyos. 
Esa tarde casi llegada la noche, discutiendo el futuro como pareja. Yo estaba envuelta en lágrimas, Ángel intentaba comprender la situación mientras recargaba su cabeza en su mano izquierda. Hacía un par de semanas que mi cuerpo estaba cambiando y él no lo sabía… y no lo sabría esa noche ni ninguna otra de los siguientes quince años. Consideré, al ver su angustia en el rostro, que lo mejor para los tres era separarnos. No estábamos ninguno de los dos preparados para ir contra todos luchando. No hubo más que silencios eternos entre el viento húmedo de la noche. 
Comenzaban a formarse ríos de agua en las calles y podía verse cómo la gente corría para protegerse de la lluvia, sólo los niños que aún jugaban mostraban estar contentos ante la aventura de mojarse. 
- ¿Podemos platicarlo en otro momento?
- Bien.
- Acércame a la casa por favor.
- Descansa. - Ángel se despidió.
Dos miradas en una calma tensa, en silencio. Sabía que se está decidiendo mi destino y esperaba, ahora serena y resuelta, a que Ángel decida de una vez por todas.
- El irnos juntos es complicado, no es nomás así. Yo te quiero, pero la verdad, no sé cuánto.
Escuché una a una sus palabras y un nudo amargo se me hace en la garganta, pero ya no lloro. Afuera la lluvia cedió un poco, por un momento los dos nos olvidamos de la discusión, cada uno se encaminó a casa. Era el momento de tomar decisiones, el instante de quedarse o salir huyendo. Enfrentar las circunstancias en dos mundos opuestos, era el querer vivir junto a él y destinarlo al sufrimiento y sacrificar sus sueños o alejarme a vivir sola, sin él. Entonces me despido por esa noche, aunque él no sabía que podría ser para siempre. Él, por alguna inexplicable razón, me miró transfigurada, pese al estado de ánimo me sentía hermosa, me vio caminar debajo de una llovizna necia, no quitaba su mirada del movimiento de mi cabello largo, del cabello largo de la madre de su hijo. Pero, no atinó a seguirme.
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